Anécdotas I

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"El destino de su carta"

Alfonso Ussía es el nieto de Pedro Muñoz Seca, el escritor español autor de obras tan populares como "La venganza de Don Mendo", y nos cuenta una divertida anécdotas relacionada con su popular abuelo.

Muñoz Seca recibió en cierta ocasión una carta remitida por el Ministro de Cultura español, en la que éste le decía:
"Estimado Sr. Muñoz Seca:
[...] Sin duda, usted es un escritor de gran popularidad, por lo que resulta especialmente lamentable que a menudo el lenguaje empleado en sus obras sea tan vulgar y malsonante [...]"

Al poco tiempo, el ministro recibió respuesta de Muñoz Seca:
"Estimado Sr. Ministro:
En este mismo instante, tengo su carta delante; en breves momentos la tendré detrás."

(Aportación de: Jezabel)


"Cuestión de tiempo"

Cierto emperador chino deseaba tener a su cargo un médico mejor que el que le venía atendiendo hasta la fecha. A tal efecto, ordenó que todos los médicos del imperio, bajo juramento, pusieran en sus ventanas tantas velas encendidas como pacientes se les habían muerto aquel año.

Tras recibir noticia del cumplimiento de la orden, el emperador aprovechó el desfile del día sagrado para acercarse al barrio de los médicos. Pronto comprobó que miles de velas iluminaban las calles, y en muchas casas éstas ardían no sólo en las ventanas, sino incluso en puertas y techos.

Al cabo, vio con alegría que en una casa modesta sólo cuatro velas adornaban una de las ventanas. Hizo salir al médico de la casa, y le habló así:
- Tú has ganado; serás mi médico de cabecera. Pareces ser un buen facultativo, pero dime: ¿cómo has conseguido perder tan pocos pacientes?.

El honrado médico, volviéndose a inclinar, murmuró:
- Gran señor... yo empecé a ejercer la profesión esta mañana.


"Mi árbol genealógico"

El padre del escritor Alejandro Dumas, autor de "Los tres mosqueteros", era mestizo, y con ocasión de una fiesta en uno de los salones literarios de París, a Dumas hijo le fue presentado un hombre tan escaso de entendederas como de educación. Delante de los presentes, este hombre interrogó a Dumas:
- Tengo cierta curiosidad, señor Dumas... ¿es cierto que es usted cuarterón (hijo de español y mestiza, o española y mestizo)?
- En efecto, lo soy-
contestó Dumas, quien nunca trató de ocultar sus orígenes.
- ¿Y su señor padre?
- Pues, era mulato-
respondió el escritor, algo molesto por la impertinencia, pero también bastante divertido por la falta de tacto de su interlocutor.
- ¿Y su abuelo, señor Dumas?
- Era un negro. De eso no cabe la menor duda
- ¡Ah...! Y, ¿podría saber qué era su bisabuelo?
- ¡Un mono, señor mío, un mono! Porque mi linaje comienza donde termina el de usted.


"¿En su casa o en la mía?"

Además de ser un gran comediógrafo, temido crítico musical y cáustico escritor, George Bernard Shaw era también un hombre de bastante mal genio y respuestas vivas, a menudo incluso hirientes. Aborrecía de las reuniones sociales y pseudoliterarias a las que era constantemente invitado por las damas ociosas de Londres, e invariablemente las declinaba; a pesar de los desplantes, muchas damas continuaban invitándole, atraídas por el prestigio de recibir en sus casas al famoso escritor.

Un día, mientras Shaw estaba terminando una nueva obra teatral (cosa que solía ponerle de peor humor aún), recibió una carta de manos del criado de una de estas damas. Al abrir el sobre, Shaw pudo leer en el papel:
"Lady X (aquí el nombre de una importante señora) comunica al Sr. George Bernard Shaw que permanecerá en su residencia desde las 7 pm. en adelante".

Ni corto ni perezoso, el escritor dio vuelta al papel y garrapateó en el reverso una rápida respuesta, tras lo cual entregó la carta al criado y volvió a encerrarse en su habitación.

Cuando el criado entregó de vuelta el papel a la señora, ésta pudo leer en el reverso lo siguiente:
"George Bernard Shaw comunica a Lady X que hará exactamente lo mismo".


"¡Dónde vas a comparar!"

¿Quién no ha oído hablar de Emilio Salgario, el escritor que creó personajes tan populares como "Sandokan"? Con ésta y otras obras como "El corsario negro", "Los piratas de la Malasia" o "El león de Damasco", Salgari contribuyó a despertar en los lectores la imaginación y la curiosidad por parajes y culturas de todo el mundo; sus personajes son siempre ejemplos de valentía, fortaleza, justicia y honradez... quizá como compensación por la calidad literaria de sus obras, que en ocasiones decaía debido al apuro con que las escribía para mantenerse a salvo de la miseria.

Uno de sus admiradores, queriendo hacer al autor un elogio, le dijo mientras charlaba con él:
- ¡Señor Salgari, es usted el Julio Verne italiano!
A esto, Salgari respondió, sin ofenderse pero con convicción:
- ¡Oh, no, realmente no! Julio Verne ama a los ingenieros... yo a los héroes.


"Tan generoso..."

Otra de Alejandro Dumas:
Se cuenta que Dumas era una persona muy generosa, hasta el punto de que su casa siempre estaba abierta a todo aquel que quisiera acercarse; el almuerzo empezaba a las 11 de la mañana y acababa alrededor de las 4 de la tarde... y casi siempre era un almuerzo muy concurrido.

En cierta ocasión, uno de sus amigos le visitaba durante uno de estos almuerzos "masivos", y se le ocurrió pedirle a Dumas que le presentara a un caballero que estaba comiendo al lado. Dumas se quedó mirando a dicho caballero, después miró a su amigo y le respondió:
- ¿Cómo voy a presentártelo, si no le conozco?.


"Pillado in fraganti "

Se cuenta que don Francisco de Quevedo, cierta noche, fue llamado desde lo alto de una ventana mientras caminaba por la calle, por una hermosa dama ocultamente acompañada de unos amigos bromistas.

Tan sugestiva se mostró la dama en su llamada, que Quevedo accedió a subirse a un cubo tirado por poleas, que los aparentes "criados" de la señora comenzaron a izar. Mas al llegar a la mitad de ascenso, le dejaron colgado y empezaron a burlarse de él, y a animar a los atónitos transeúntes a hacer lo mismo.

El alboroto que se organizó acabó por llamar la atención de una ronda nocturna, que tras acercarse y dispersar a los alborotadores, levantó la vista a la fachada y, encarándose con el cubo y su desgraciado ocupante, llamó:
- ¿Quién vive? ¿Quién está ahí?
Y Quevedo, sin perder ni por un momento el sentido del humor, se identificó con fingida tristeza:
- Soy Quevedo, que ni sube, ni baja, ni está quedo.


"¿Los argumentos más poderosos?"

El filósofo William Leibnitz acudía con frecuencia a la Universidad de Leyden, donde a menudo sostenía apasionados y polémicos debates con estudiantes y profesores, siempre en latín.

Durante algunas de sus últimas comparecencias, Leibnitz observó que un zapatero de su vecindario acudía regularmente a los claustros. Finalmente, la curiosidad le pudo y un día se acercó a él, preguntándole si conocía el suficiente latín como para seguir el hilo de aquellas controversias culturales.
- No- contestó el hombre,- de latín no sé nada, ni tengo intención de aprenderlo. Yo sólo vengo a ver cómo discuten ustedes.
- Pero, si no sabe latín, ¿cómo puede saber quién tiene razón en las discusiones?
- preguntó el filósofo, cada vez más extrañado.
- ¡Oh, eso! Muy sencillo: cuando oigo que alguien grita mucho, sé con seguridad que no tiene razón.


"Una misión de importancia"

En la corte francesa de Luis XIV, era conocido un tal Antoine de Maistre por sus desmedidas ambiciones y su oportunismo a la hora de aprovechar posibilidades de ascenso en el poder.

El monarca, harto de él, le hizo comparecer un día ante su presencia. Cuando llegó, le preguntó:
- Monsieur de Maistre, ¿domináis el castellano?
A esto, de Maistre respondió negativamente, y Luis XIV, componiendo un gesto de decepción, comentó casi como para sí mismo:
- ¡Qué lástima! Es una auténtica lástima...
Tras esto, le dio permiso para retirarse. De Maistre así lo hizo, con los ojos chispeantes de codicia y cálculo, sospechando que el monarca había pensado en él para algún puesto de importancia, como el de embajador español (que en aquellos momentos estaba pendiente de reemplazo).

En las semanas siguientes, de Maistre hizo poco más que aplicarse intensivamente al estudio del idioma. Cuando se sintió razonablemente fluente en la nueva lengua, acudió con presteza a palacio y, una vez en presencia del rey, comentó con entusiasmo:
- ¡Majestad, ya domino el español
!
A lo que Luis XIV, con idéntico entusiasmo, respondió:
- ¡Magnífico en verdad! ¡Ahora ya puedes leer El Quijote!


"Caramba con el caballo..."

Henry Irving, el gran actor inglés (interpretó la primera versión de "Drácula", de Bram Stoker, en el teatro), desempeñó durante parte de su carrera el cargo de director del Lyceum Theatre.

Para una de las obras que preparaba, se hizo necesario conseguir un caballo, e Irving empleó varios días buscando uno adecuado para sus propósitos. Finalmente, le trajeron uno, y para asegurarse, el actor preguntó al dueño del animal.
- ¿Es manso este animal?
- Por supuesto, sumamente manso
- respondió el dueño,- y muy adecuado. Hace poco, en el Majestic Theatre, sirvió al actor Beebohm Tree, cuando éste representaba la obra "Ricardo III".
En ese momento, el caballo aprovechó para dar un enorme bostezo. Irving se lo quedó mirando con sorna, y comentó a su dueño:
- Sí, manso es. Pero... no me lo quedo. ¡Me parece que este caballo tiene demasiada tendencia a la crítica teatral!


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