Anécdotas II

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"Según a qué audiencia..."

Alrededor de 1920, Jacinto Benavente se encontraba a menudo asediado por damas que trataban de aceptara acudir a dar una conferencia en el Lyceum Club de Madrid. El comediógrafo se las veía y se las deseaba para escurrir el bulto con todo tipo de excusas, a cuál más ingeniosa; pero ninguna servía para que las damas se desalentaran. En una ocasión de éstas, varias damas intentaban convencerle, y una de ellas llegó a decirle:
- Vamos, don Jacinto, ¡pero si usted no necesita prepararse nada especial para nosotras! Usted llega, nos dice cualquier cosa, ¡y nosotras quedamos encantadas!
Benavente, abrumado, intentó excusarse, rebatiendo semejante sugerencia:
- ¡Pero señoras, yo no puedo ir allí a hablar a tontas y a locas!

Los amigos de Benavente tuvieron que explicarle más tarde porqué las mujeres se marcharon tan indignadas...


"Lección aprendida"

Muchos soberanos creían estar dotados para las artes -ya fuera música, pintura, poesía, etc.-, y en ocasiones se aprovechaban de su elevada posición para cosechar críticas favorables de sus artistas súbditos.

Tal fue el caso de Dionisio, tirano de Siracusa, impenitente creador de horribles poesías, para tortura del poeta de la corte, Filoxeno. Se cuenta que hizo comparecer a éste a su presencia, y le entregó la última serie de poemas que había perpetrado, pidiéndole su opinión.

Filoxeno, con bastante más amor al arte que prudencia, respondió sin miramientos:
- Majestad, vuestros versos son nefastos

Dionisio, previsiblemente, se enfadó mucho, e hizo encerrar al poeta una semana en las caballerizas. Al término de ese tiempo, le hizo llamar para entregarle una nueva serie de versos que había escrito, suponiendo que el encierro ablandaría cualquier futura crítica de Filoxeno.
Éste se presentó ante el monarca, cogió los versos en silencio, empezó a leerlos, y en silencio también los devolvió sin acabar de leerlos, dio media vuelta y se dispuso a abandonar la sala.
- ¿A dónde vas?- preguntó Dionisio.
- A las caballerizas- respondió el poeta. 


"¡Adios, Madrid, que te quedas sin gente!"

Ésta frase se atribuye a un zapatero remendón, que abandonó Madrid debido a que su negocio allí no prosperó; retuvo la frase cierta popularidad, relacionándose con personas que alardeaban de importancia y se creían que su ausencia era masivamente lamentada.

Una frase similar se le escuchó a un portugués, bravucón y camorrista, que justo cuando regresaba en barco a su Lisboa natal, observó desde la cubierta un ligero terremoto en la costa. Para diversión de todos los pasajeros, no se le ocurrió sino exclamar, a pleno pulmón y con los brazos abiertos:
- ¡No tiembles, tierra, que no te haré nada!


"Cómo son los críticos"

José Elbo, un popular pintor de toreros y manolas que vivió desde 1804 hasta 1844, era un hombre que tenía particular manía a los críticos de arte, echando pestes de ellos con frecuencia; y éstos, a su vez, le devolvían la cortesía a menudo. Durante una de sus exposiciones, comentó a sus amigos que "son como las moscas: sólo se paran en la basura".

En otra, un amigo suyo que se había acercado a los críticos de Elbo para oírles malhablar de su amigo, volvió con éste y le dijo:
- José, no creerás cómo te están royendo los talones.
Pero Elbo, con una sonrisa, le contestó:
- Desde luego que lo creo, pero no te preocupes Es lo único que me pueden roer, porque es hasta donde me llegan.


"¡Menos lobos!"

Ramón María del Valle Inclán perdió su brazo izquierdo a causa de un bastonazo que le aplicó el crítico Manuel Bueno en una, sin duda, demasiado acalorada discusión en el Café de la Montaña, en Madrid. Al principio, del Valle no tuvo motivos sino para lamentar su invalidez; mas poco a poco se fue acostumbrando, e incluso llegó a estar peculiarmente orgulloso de ella.

Popular fue el momento en que, llevado de su fantasía (y, sin duda, algo de soberbia), acabó por establecer, con gesto ufano, un claro paralelismo entre su manquedad y la de Cervantes. Pero pronto apagó su entusiasmo Jacinto Benavente, presente en la reunión, quien al escuchar el disparate de Inclán, respondió con malicia:
- ¡Vamos, Ramón, que lo tuyo no fue en Lepanto!


"Seamos sinceros"

El gran Miguel Ángel estaba cierto día dando término a la escultura que un noble le encargó, mientras éste permanecía pacientemente en silencio e inmóvil.

Hacia el final, Miguel Ángel se encontró con la típica duda de muchos escultores, encontrar un objeto que poner en manos del modelo y modelar de esta guisa la escultura.
Así se lo planteó al noble, preguntándole si le parecía bien que le trajeran un libro para que lo sostuviera. Pero el noble, en un gesto de indudable sinceridad, respondió:
- No, un libro no; nadie se lo creería. No sé leer... de modo que mejor me traigan una espada.


"Avergüéncese quien mal piensa"

Ésta es la traducción, más o menos literal, que pronunció Eduardo III de Inglaterra durante un baile. Sucedió que durante la gala, a la Condesa de Salisbury se le cayó una liga, y el monarca se agachó a recogerla. Justo mientras la levantaba, varios cortesanos giraron la vista hacia él, y al ver la cómica escena -el monarca devolviendo una liga a la condesa, y ésta completamente ruborizada-, les faltó tiempo para empezar a murmurar maliciosos comentarios y bromas; fue entonces cuando Eduardo III pronunció la frase del título, mas como viera que las murmuraciones no cesaban, resolvió defenderse en sentido opuesto, volvió a tomar la liga de manos de la atónita cortesana y sin más miramientos se la ató a su propia pierna, pasando el resto de la velada con la liga de la cortesana colgando hasta el suelo. Este cómico gesto, se cree, acabó por dar origen a la famosa y codiciada "Orden de la Jarretera", y a que su frase original, "Honni soit qui mal y pense" quedase como leyenda en el escudo nacional inglés.


"No me extrañaría nada..."

Juan Emilio Arrieta, autor de varias zarzuelas que vivió entre 1823 y 1894, tenía un sentido del humor a prueba de casi cualquier circunstancia, incluida la cercanía de su propia muerte.

Y precisamente el día anterior a ésta, charlaba alegremente con varios de sus colegas desde el lecho. Llegó otro de sus amigos en ese momento y, como dicta la cortesía, le preguntó cómo se encontraba. A lo que Arrieta, divertido, contestó:
- Pues bastante mal, amigo mío. Tan mal me encuentro, que si al amanecer me comunican que he fallecido, no me extrañaría lo más mínimo.


"Sin falta"

Andrés Bello (1781 - 1865) fue, entre otras cosas, jurisconsulto, académico, rector universitario, filólogo, grmático y poeta. Sin duda, un hombre de gran cultura y especial predilección por la excelencia en el idioma; por eso, recibía con especial tristeza las cartas que un amigo suyo le escribía con regularidad, pues éstas se hallaban plagadas de escandalosos errores gramaticales y ortográficos.

Un día, recibió la visita de este amigo en su casa, quien acudió, entre otras cosas, a explicarle ciertos motivos por los que no pudo mantener con él correspondencia durante más de un mes.
Al concluir la visita, el amigo de Bello se despidió y volvió a excusarse con pesar por la interrupción de su correspondencia habitual, diciéndole:
- Esta semana le escribiré sin falta-. A esto respondió rápidamente Bello, conmovido:
- ¡Oh, no se tome esa molestia! Escríbame como siempre


"Cada uno con su tema"

El novelista español Pío Baroja se encontraba cierto día desayunando en un café de Madrid, sentado junto a un hombre que leía determinada página del periódico con gran atención. Finalmente, el desconocido cerró el periódico y, con gran satisfacción, comentó:
- Da gusto ver publicado en los periódicos lo que uno escribe, ¿verdad?
- ¡Ciertamente! ¿Han publicado un artículo suyo?-
preguntó Baroja.
- No, es un anuncio que ofrece en venta media tonelada de castañas


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